Entre
el antes y el después está enterrado el tiempo.
Entre
el antes y el después está el esfuerzo cristalizado, las sonrisas enlatadas, las
lágrimas en carne viva. La bulimia emocional encajada en vómitos de recuerdos.
El proceso de cambio que divaga por una extraña labilidad de certezas que
rebotan contra las paredes de la cordura y estiran los límites del
convencimiento.
La
rotura del tejido que cubre el motor de tus piernas te deja arrastrándote por
el suelo hasta llegar a la línea de salida. Porque el recorrido no ha hecho más
que empezar y aún no sabes si habrá vida después de la meta.
No es lo mismo recoger los pedazos para reconstruirse que para autodestruirse.
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