Nunca
volveremos a ser el aire evaporado en los cristales de tu habitación. Sólo
seremos el óxido a media voz, sepultado bajo los grilletes de tu lengua. Sobredosis de palabras agrietadas, atragantadas
en las costillas, asfixiando las pupilas.
No
podíamos componer el pulso sincronizado escribiendo partituras con los besos
desafinados. Repartiendo caricias caducadas, ordenando archivadores ahogados en
quejas sin soluciones.
Buscando
las siglas que llevan a tu nombre encuentro el silencio en forma de eco lanzando
al aire navajazos fríos de sentido común.
Intentando
convertir la piel en oxígeno me hundo en la duda de si eres angustia o
explicación. Y tú, perforando
sombras, desapareces entre la niebla ácida de la consolación para llevarme a
escalar “te quieros” de plástico, mientras se me escapa la vida esquivando el recuerdo escondido en las coordenadas de tu cuerpo.
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