INEVITABLES

Aprendimos a saltar entre burbujas de azúcar,
envasados al vacío de lágrimas que no lloran de risa,
huyendo de fronteras muertas y coronas de espinas,
de princesas de mármol con sonrisas de plata,
de ciudades sin nombre y banderas a media asta
izadas en honor al dolor que quedó clavado en la nuca,
alejados del vértigo inhalado antes del último salto de altura.

Que comience el espectáculo de luces y sombras
mientras intentamos protegernos con mentiras de papel,
agazapados bajo una capa de nubes rotas
que ya no alcanzamos a sentir sobre la piel.

El escudo empezó a desvanecerse en insuficiencia,
descubriendo cómo nos había vuelto vulnerables
antes incluso de que nos lanzáramos a la experiencia
de reinterpretar los latidos en ecos
que custodian los instantes
que refuerzan los motivos
que nos hacen inevitables.


CENIZA

Más allá de los labios están las palabras que callas, las que podrían encerrar el aire que falta para bombear algo más que distimia. 

Si quisieras levantar la vista sólo un instante, verías que existen otras bocas hambrientas. Pero tú sigues con las retinas ancladas al suelo, girando con un permiso de excedencia que se extiende sólo hasta el final de tu circunferencia.


Hay días en los que siento que respiro ceniza.


IONES

Hoy no quiero tener todo que ver con tus caderas.
Me he levantado de golpe y sollozo,
descontando los segundos que nos suman de espera.

         Vamos a clavar las rodillas sobre relámpagos de acero 
para que la luz nos ciegue la razón bajo iones de besos. 
Que estallen a quemarropa,
que nos marque las heridas 
la evidencia de tu huida 
y la mía. 

Hace tiempo que he hecho del insomnio derrotado 
la expresión perfecta de la indiferencia vacía.
La tuya, 
y la mía.


PRETÉRITO

         Se nos quebró el pretérito perfecto.

       Se quedó atrapado bajo una montaña de errores de conjugación cuando cometimos el delito mnésico de alterar la sintaxis que nos rodeaba, dejando fuera al complemento circunstancial que lo convertía en imperfecto.

       El libre albedrío nos dejó con un filtro de doble filo que ahora nos permite ver los colores mezclados en mediocridad que no advertimos al principio.

INERCIA

Todo parecía estar en su sitio. Tú, emitiendo vibraciones en forma de flechas. Yo, zarandeada por tu lógica abrupta y descarrilada. Envueltos en el mismo aire recalentado de siempre.

El tiempo iba pasando aprisionado en un puño, cuando antes de que nos diéramos cuenta el suelo nos quiso zambullir en el fango de nubes deshechas, donde se habían quedado evaporadas las ilusiones que pretendían dar respuesta a las cicatrices viejas.

Casi como por inercia, el cordón acabó rompiéndose enganchando latigazos que yo sí alcancé a esquivar.

SINESTESIA II

Se cae el reloj leyendo en braille la sinestesia que cubre tu piel. Colisionando colores, sonidos, texturas. Enredando cables, derritiendo pupilas.

Las sábanas caen muertas sobre la trinchera del miedo cuando la realidad abre fuego contra la anestesia general. Despertando la herida, evocando el exilio que atraviesa los pulmones.

SINESTESIA

Tu boca disuelve mis sentidos en aire.
Tu piel transforma el dolor en arte.

BESOS DESAFINADOS

Nunca volveremos a ser el aire evaporado en los cristales de tu habitación. Sólo seremos el óxido a media voz, sepultado bajo los grilletes de tu lengua. Sobredosis de palabras agrietadas, atragantadas en las costillas, asfixiando las pupilas.

No podíamos componer el pulso sincronizado escribiendo partituras con los besos desafinados. Repartiendo caricias caducadas, ordenando archivadores ahogados en quejas sin soluciones.

Buscando las siglas que llevan a tu nombre encuentro el silencio en forma de eco lanzando al aire navajazos fríos de sentido común. 

Intentando convertir la piel en oxígeno me hundo en la duda de si eres angustia o explicación. Y tú, perforando sombras, desapareces entre la niebla ácida de la consolación para llevarme a escalar “te quieros” de plástico, mientras se me escapa la vida esquivando el recuerdo escondido en las coordenadas de tu cuerpo.

LA DESPEDIDA DEJA LA SANGRE INSÍPIDA

          Te tengo escarificada en el corazón de la amígdala. Como peligro y como desfase. Como el pico más alto y el pozo más hondo. Con la definición más profunda de emoción, la que sólo se entiende cuando se vive rebotando entre el negro y el blanco, y el negro otra vez. El negro que me dejas cuando te vas o no terminas volver. Sin grises matices ni centros mediocres, fogonazos de oscuridad hasta con los ojos cerrados. Sin posibilidad de huida ni parálisis. Y con tu sonrisa presionándome la sien.

La despedida deja la sangre insípida. Contigo me sabía a dopamina. Me sabía a vida. Ahora me sabe al más apático y amargo silencio, golpeando el travesaño de tu boca desterrada, porque te tengo que querer a tientas entre escombros de un tal vez declarado insolvente. Anclada por los tobillos y buscándote a contracorriente, con el minutero clavado en la nuca. Atropellada bajo tus piernas de arena.


Habría sido la foto perfecta pero el temporizador nos estalló en la cara.


ENTREACTO

Entre el antes y el después está enterrado el tiempo.

Entre el antes y el después está el esfuerzo cristalizado, las sonrisas enlatadas, las lágrimas en carne viva. La bulimia emocional encajada en vómitos de recuerdos. El proceso de cambio que divaga por una extraña labilidad de certezas que rebotan contra las paredes de la cordura y estiran los límites del convencimiento.

La rotura del tejido que cubre el motor de tus piernas te deja arrastrándote por el suelo hasta llegar a la línea de salida. Porque el recorrido no ha hecho más que empezar y aún no sabes si habrá vida después de la meta.


No es lo mismo recoger los pedazos para reconstruirse que para autodestruirse.